jueves, 12 de noviembre de 2009

HAGAMOS UN TRATO

Llenó las copas y dijo:
–Estoy cansada, ¿sabés? ¡Estoy harta de tus mentiras!
Entonces bebió, en silencio. Lo había dicho. Era una noche cálida, sin brisa siquiera. Había luna llena. Una hermosa luna redonda y amarilla. Observé su luz reflejándose en el vidrio de la ventana. Estiré una mano e intenté filtrar aquella luminiscencia entre mis dedos. Y fue justo cuando lo vi: un pájaro gris con el pecho blanco posado sobre el balcón. ¡Qué insólito, un pájaro en mi ventana a estas horas! Pensé.
– ¡Hagamos un trato! –dije entonces –. Sabés que te amo y que sos la única mujer en mi vida… Y la vida es extraña, ¡Dios, sí! ¡Ya lo jodimos todo! Los ríos, mares, el cielo y las plantas. Te pueden matar o prender fuego por dos monedas. Las cárceles, los manicomios, las iglesias y las canchas de fútbol están siempre llenas y eso no mejora la vida para nadie. La civilización puede desaparecer en dos días o durar otros 20 siglos. Nadie sabe qué carajo va a pasar. Y aun así, nos las ingeniamos para herirnos todo el tiempo... Tenemos amor y las copas llenas, reímos hasta reventar y hacer el amor con vos es único… –ella siguió bebiendo, en silencio–. Pero discutir con vos es la muerte. Tu inseguridad me pone en situaciones insostenibles. Y, de acuerdo, termino mintiendo, ¿pero cómo no hacerlo? ¿Cómo evito tu embestida? Tu familia me odia, tus gatos me mean los zapatos, tus historias me asesinan. ¿Para qué quiero saber yo de tus ex novios? Y tu bipolaridad, ¡es la locura! Me amas por las noches y me odias por las mañanas. ¡Es algo absurdo! Y cuando te enojás, ¡por Dios! Tus persianas caen y sólo hay desolación. Actuas como un estudiante sin día de primavera... Pero aun así sos perfecta, ¡maravillosa! y tu ternura podría salvar unas cuantas vidas, ¡como la mía por ejemplo! Las cosas pueden ser simples, ¿sabés...? Así es que te propongo lo siguiente... Hagamos un trato: yo dejo de mentir y vos sólo tratás de ser feliz… ¿Hecho? ¿Es un trato?
Laura pareció meditarlo unos segundos. ¡Decisio­nes, decisiones! El pájaro picoteó sus plumas, sacudió un po­co las alas y salió disparado, sumergién­do­se en la os­cu­ri­dad.
– ¡Es un trato! –dijo finalmente.
–Muy bien.
¿Qué pasó después? Bueno, después sólo segui­mos bebiendo y riendo.
Aquella sin duda fue una gran noche. Sin embargo, el pájaro jamás volvió.

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