martes, 3 de noviembre de 2009

TRES MUJERES

Las recuerdo de a retazos, como si fueran un gran rompecabezas; como si fueran parte de un único rompecabezas. Asimismo, soy objetivo al afirmar que son una sola persona, en contraposición con sus múltiples personalidades: Jekyll y Hyde durmiendo en camas separadas. Enojadas, cambiantes, atrapadas. Aquellas tres mujeres que, sentadas a mis espaldas, hablándome al oído, susurrándome cosas que apenas puedo vislumbrar, jamás dejarán mi soledad intacta. Como un sueño recurrente... Son ellas en tal caso, a quienes tanto amé. Y herí. No obstante de maneras diferentes, sí. Y de maneras diferentes es que también las recuerdo (aunque a veces pareciera que hablo de aquella mujer que es una y que además son tres).

Recuerdo a Débora escuchando siempre el mismo disco, con catorce canciones melosas e insubstanciales. La recuerdo parada en medio de la sala, con una cuchara de madera en la mano, pegando gritos desaforados, asustando a las paredes; asesinando aquellas canciones (lo que de alguna manera era bastante justo). La recuerdo enojada porque mi deleznable humor le exigía, si no imploraba, que sacase aquel compilado de malas artes.
Recuerdo a Débora recogiendo perros de la calle, llevándolos a casa, alimentándolos y bañándolos; para que después los muy ingratos nos destrozasen nuestras pocas pertenencias. “Te recuerdo triste, gritándome tu indignación al verme regalando a los cachorros a personas con más espacio y cosas qué destruir. Y recuerdo que intenté consolarte, pero no me lo permitiste”.

Recuerdo a Laura esperándome con la cena, entre flores silvestres y copas llenas de vino tinto; sonriéndome feliz (mientras el olor a lluvia entraba por aquel balcón francés), acomodando su pelo en una serie de peinados divertidos. Sí, sobre todo la recuerdo en esas 12 horas de risas, más que en sus otras 12 horas de enojos irracionales. “Recuerdo la vez en que lloré toda la noche y no supiste qué decir. Cumplía 30 años y me obsequiaste un libro, una botella de Malbec y mucho dolor. Recuerdo que te marchaste de prisa, dejándome temblando frágil, sentado en un rincón”.

Recuerdo a Mariana hablándome de costado, a lo largo del sillón. Observándome de a ratos, estudiándome. Buscando dentro de mí. Recuerdo el día en que me encontró. Fue como si dos montañas colisionasen (no hablo de la explosión de dos moles estrellando sus cuerpos imposibles, sino de la magnitud de un suceso así de inimaginable). Yo existía oculto, a merced de mis pensamientos más sombríos; y aun así no tuvo miedo. Eso fue nuevo para mí. “Recuerdo tu sonrisa enamorada, bajo la tenue luz de una vela: «¿me querés?» dijiste, y no vacilé: «¡por supuesto que te quiero!»”. Y era verdad.
FIN

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