martes, 10 de noviembre de 2009

LA LUNA SIEMPRE SE VA

Mariana es una mujer de ojos curiosos.
Siempre está atravesándolo todo con su mirada,
que es de fuego.
Un fuego azul y ondulado.
Sus manos son pequeñas
y jamás están quietas.
Tiene un cuerpo macizo,
bañado de luz.
Hermosos pechos y piernas firmes como árboles jóvenes.
A veces por las mañanas,
cuando no estoy del todo despierto,
me da la impresión que flota,
derramando su perfume por las habitaciones,
y luego desciende
para aferrase a mi espalda sin alas
(Suelo espiarla,
oculto entre las sábanas.
Y aunque supongo que ella lo sabe
nunca me dice nada).
Su boca es pequeña y carnosa,
de un color rosa casi transparente.
Y junto a su nariz,
del lado izquierdo,
tiene un delicado lunar.
Tan delicado es que suele pasar desapercibido.
Su pelo es de color castaño claro,
y casi siempre está enmarañado.
En ocasiones lo dejo deslizarse entre mis dedos
pero sus formas no me lo permiten.
Entonces, ya sin chances,
Simplemente tironeo de él
y ella pega pequeños saltos…
Por supuesto,
Mariana es mucho más que sólo eso.
Porque cuando ríe
todo su cuerpo parece vibrar
y sus rasgos se llenan de un albor cristalino.
Sus ojos, su boca, sus dientes y su nariz.
Todo.
Incluso su lunar.
Como si cada milímetro de su ser
fuese víctima de una electricidad invisible,
nutrida dentro de ese pequeño y hermoso cuerpo,
que apenas es capaz de contenerla.
Y cuando llora es como un río
que arrastra mi espíritu egoísta.
Porque al observar cómo sus labios
se comprimen de dolor
hasta formar uno sólo,
me hacen creer en que morir de amor
puede ser muy real.
Y cuando baila…
Bueno,
cuando baila simplemente es feliz.

Y doy gracias a Dios o a quien sea
por tener la virtud
de poder atestiguar sobre ella,
que es lo más cierto que haya visto desfilar
en este carnaval de ilusiones.
Pero también sufro,
porque sé que algún día no estará.
Algún día ya no podré engañarla más
y sabrá que sólo soy un tonto.
Un tonto que salió al balcón
para robarle un poco de luz a la luna.
Pero,
en definitiva,
la luna siempre se va.
Entonces
sufro y lloro como un infante,
porque ya es demasiado tarde:
estoy enamorado.

No hay comentarios: