martes, 10 de noviembre de 2009

NOCHE BUENA EN LA CIUDAD

Mi cabeza tenía seis ojos y flotaba,
y mis brazos,
que según ella no eran míos,
danzaban y disparaban brillos lunáticos
que se estrellaban contra el techo
y caían disueltos en cataratas perdurables
que pintaban de azul oscuro las paredes.
Estábamos enfrentados,
separados por un gigantesco gato negro,
con lomo de terciopelo y patas de algarrobo.
Sobre él había platos, copas, pan y sal.
De fondo aullaba Robert Smith
(¿o era Morrisey?).
Ella estaba recostada a lo largo del sillón,
con su pelo enmarañado
cubriéndole su espalda desnuda.
Yo estaba tirado en el piso,
con los codos clavados en la espina
de aquel gato azabache.
Mariana sonreía.
Era una sonrisa boba
pero radiante
que colgaba del lado derecho de su boca
y acariciaba el suelo.
Sus ojos latían,
comprimiendo toda la sangre del universo
dentro de sus pupilas transparentes.
Disparando destellos que atravesaban mi conciencia,
gobernándome para siempre.

¡Y me introduje en su interior
y encontré caminos de piedra y arena
que tejieron laberintos en mi mente,
entre batallas sangrientas,
gente sin cabezas,
sin pies,
sin narices,
ni huesos;
luchando todo el tiempo.
Agitando banderas y espadas.
Arando el suelo moribundo
con rastrillos gigantescos como robles…!Entonces reíste a carcajadas
y tu risa concibió una nube,
hermosa y bestial.
Una nube de aire espeso
que me envolvió
y me llenó de felicidad…

Despertamos cerca de la media noche,
sin decirnos nada.
Atónitos,
asustados,
pero entrelazados como si fuésemos uno.
Y sonreímos.
Sí.
Porque ser uno no es poca cosa.
LO JURO.

Noche buena en la ciudad.
El cielo arde azulado bajo un público discreto.
Dios está en la cruz.
El mundo celebra su gloria
y arranca el poste del suelo
con dedos temblorosos,
débiles y oxidados.
Los ejércitos marchan victoriosos
hacia sus palacios con torres de rubí,
que residen en el regazo
de las nubes más majestuosas
que te puedas imaginar…

El sol aguarda silencioso.

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