viernes, 13 de noviembre de 2009

TARDE

Era mi tercer o cuarto día de trabajo en el casino, cuando te vi parada junto a una máquina de café. Sonriendo, balanceándote de un lado a otro como si estuvieras bailando. Meciendo todo ese maravilloso cuerpo, con el pelo largo atado en una cola de caballo, los labios pintados de rojo y aquellas pecas delicadas. Estabas charlando con un tipo gordo. Él tenía esa pose ganadora a lo Marlon Brando. Cara de hombre duro y ademanes masculinos. Aunque transpiraba mucho y se miraba las manos cada vez que parecía quedarse sin argumentos. Incluso, creo que el respirar no le resultaba muy sencillo. Lo estaba asesinando. Pobre hombre... Lo que se dice un tipo fácil, sin brillo ni propósito definido, simulando encender la mecha. ¿Habría matado por vos? ¿Habría muerto por vos? Claro que no. Y vos sabías que era un fraude, como casi todos lo somos. Pretendiendo, jugando sin jugarse. Y pudiste haberlo puesto en evidencia, haberlo humillado. Por supuesto que pudiste pero no lo hiciste. Fuiste amable.
Finalmente, el hombre-niño se dio por vencido y se marchó, y los tipos alrededor se codearon para acercarse y reclamarte suyo. Vos sonreías…
Recuerdo esa imagen, rodeada de contradicción, casi irreal: toda esa gente, arremolinándose entorno tuyo y, al mismo tiempo, la quietud insoslayable de mi cobar­día. Nunca fui bueno para crear conversaciones de la nada, ¿sabés? Aunque en un acto negligente casi lo consigo. Pese a mí mismo, casi lo consigo. Recuerdo que pegué un salto de donde estaba y que marché hacia vos. Hacia mi libertad. Porque si lo conseguía, supuse, por fin sería libre. Y mientras caminaba con pasos pesados, torpes, sin saber qué decir ni qué hacer, me pensé abriéndome camino entre tus galanes sin más certeza que la de estar poniendo un pie delante del otro. Me pensé tomándote entre mis brazos, sujetando tu delicado cuerpo y, posteriormente, me vi besándote. Sin embar­go, al llegar a vos volví a ser yo. Pávido e inseguro ¿qué podría ofrecerte? Quizás mucho.
Entonces, mientras te pienso, desde el fondo de mis entrañas me embisten otros recuerdos inevitables, como cataratas arrolladoras. Sacudiéndome brutalmente, sin darme chances ni consuelo: todos tus gritos, todos tus reclamos. Todo tu amor cuidadosamente administrado, todo tu odio desmedido; tu inconstancia, tu poca memo­ria, tu falta de fe. Todo aquel tiempo juntos... Cuatro años juntos pero infinitamente ajenos. Despertando a tu lado, observándote en silencio, con la tristeza de quien ama sabiendo que nunca será correspondido y nada puede hacer. O sí, ¿tal vez ser más valiente, más honesto y aceptar la derrota? No, cariño, mis vicios son de estas orbes y el terror de perderte me era inverosímil. Y es por eso que soporté tu violencia, tus excesos. Y lo peor de todo, tus insultos frente a nuestro pequeño: “sos una porquería de padre, sos un pobre tipo”, mientras él lloraba sin entender; sin entender por qué su mamá le decía cosas tan horribles a su viejo. Y vos reías llena de malicia, sí. Reías, regocijándote en mi dolor, festejándote en tu propia arrogancia, impoluta y altiva… ¿Quién lo diría? Aquella hermosa mujer que solía balancearse de un lado a otro, como si estuviera bailando, meciendo todo ese maravilloso cuerpo, con el pelo largo atado en una cola de caballo, los labios pintados de rojo y aquellas pecas delicadas, quemando mis ojos incrédulos. ¿Quién lo diría, cariño?
Hoy, ya separados, rotos y extraños, aun tengo la costumbre de recurrir a aquella imagen: vos parada ahí, junto a la máquina de café, jugando, sonriendo, enaltecida. Inocente. Porque entonces no hubimos desnudado nuestras almas. Éramos un sueño. Un sueño en el que yo sólo era yo y vos sólo eras vos. Y sé que si hubiésemos despertado a tiempo nadie habría resultado herido. Pero aprendimos tarde. Lo suficientemente tarde como para odiarnos. Porque tú culpa, mi culpa… la culpa, en definitiva, no fue de nadie. Pero eso no lo hizo menos doloroso.

2 comentarios:

silvina dijo...

esta historia la conozco,siempre me dolio en el alma el desenlace de todo lo unico bueno de todo ese dolor es tu precioso hijo !!!!!!besos

Ruperto Medina dijo...

Me gusto mucho.