viernes, 13 de noviembre de 2009

VISPERA DE RESPLANDORES

Después de haber dormido 20 días en el sillón del living, por fin había conseguido dónde instalarme. Era un pequeño departamento en la calle Velasco. Oscuro y deshecho. Malo de cañerías, malo de electricidad con las paredes despintadas y el suelo de madera levantado por tanta humedad. Lo que se dice un buen agujero donde esconderse y morir. Así es que roto en tristeza, simplemente, junté mis cosas y me fui. Con cierto dejo de esperanza, lo confieso. Pero ella no perdió el tiempo. Una semana después ya había conocido a otro tipo. Un muchacho guapetón de 22 años. Sangre y esperma nueva (comprensible, sin duda). En tanto, yo hablaba con el techo y me comía el yeso de las paredes.
Era una época confusa. Mis amigos venían a ver mis restos, con sus bolsas de supermercado llenas de botellas, y me decían:
–Animo, hombre. Débora es una mujer horrible.
Pero yo seguía enamorado. Es que el amor nos vuelve tontos. Fáciles como peces en un barril. De modo que me emborrachaba y fumaba un cigarrillo tras otro, y reventaba vasos y copas contra las paredes; y reía sin sentido y rodaba por el suelo, entre cristales rotos y colillas increíblemente rápidas. Y al día siguiente, mal dormido, resacoso, me peinaba la cara y me iba al trabajo. Por aquel entonces tenía mi pequeña empresa, la cual perdería no mucho tiempo después.
Y esa era toda mi vida…
Así como iba la cosa, mis amigos temían por encontrarse con mis sesos decorando la pared:
– ¡¿Hey, dónde está el resto de Iván?!
No obstante, sólo conseguían encontrarme borra­­­­­­­cho y de mal humor, con las tripas revueltas por el alcohol y por tanta tristeza.
Hasta que un día salí adelante y conocí a otra mujer, a quién también amé con locura. Ella cocinaba excelente y sonreía muy bonito cuando los rayos de sol jugaban en su espalda. Sí.
Luego nos dejamos.
Entonces otra vez estuve a punto de morir de amor, claro. Y como ella tampoco perdió el tiempo, volví a emborracharme y a fumar un cigarrillo tras otro. A reventar vasos y copas contra las paredes, riendo sin sentido y rodando por el suelo, entre cristales rotos y colillas increíblemente rápidas... Pero tampoco morí, ni murió ella, ni mi ex mujer, ni el chico de 22 (que después la dejó por una tipa de 19, que también terminó dejándolo).
¿A dónde quiero llegar? La cuestión es que quizás ahora sepamos algo. Cosas que no sabíamos hasta que nos rompieron un poco. Y es que cortarse las venas suena poético cuando tenés 15 o 16 años. Después se transforma en una pose dramática y posteriormente se vuelve algo estúpido. De modo que no me volé los sesos, amigos. No, no lo hice. Porque las malas épocas, al igual que las buenas mujeres, siempre se van. Y contra eso, no hay absolutamente nada que se pueda hacer.

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