jueves, 12 de noviembre de 2009

LAURA

Trágica a su modo,
delirante al mío.
Con la elegancia de un gato orgulloso
y la simpleza de un film francés,
camina a través del salón,
cargando una bandeja colmada de vasos y copas.
La contemplo en silencio.
Su ternura podría derrotar las convicciones más sólidas,
pienso.
Es una gran mujer,
sí, lo es,
y yo la hago gritar más de la cuenta.
Y hoy particularmente
es uno de esos días
en los que quisiera dejar de demolerlo todo.
Pero desconozco el modo,
y vuelvo a saltar sobre el fuego…

Entonces
Laura gira sobre sus talones,
como si sintiese mi mirada asesina
perforando su nuca,
y me observa con sus ojos resplandecientes,
vadeando montañas de humo.
Y viendo furtivamente a través de sus ojos
veo todo el amor que me tiene.
Es gracioso…
¡La cuenta!
Grita alguien,
quebrando el unísono.
Laura se le acerca,
siempre sonriente,
y yo me vuelvo a perder en la noche,
recostado sobre una silla de metal,
balanceándome como un idiota
pensando en que tarde o temprano
a todos
nos traen la cuenta.

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