jueves, 12 de noviembre de 2009

UNA BUENA EPOCA

Cocinábamos toda la tarde recetas extraídas de viejos libros. Por lo general distintos tipos de arroces con verduras, pescados y fideos con carne. Y mientras lo hacíamos bailábamos y reíamos. Luego cenábamos a­com­pañados con velas, sahumerios y deliciosos vinos. Casi siempre Malbec. Comenzábamos con una botella y seguíamos hasta tres. La charla solía ser buena. En ocasiones cantábamos. Yo tomaba mi guitarra y la sacudía un poco. Pero no era demasiado bueno y ella lo sabía. No había modo de engañarla. No obstante, me dejaba jugar un rato. Después dejaba la guitarra y seguíamos bebiendo. Y una vez fuera de combate, nos íbamos a la cama y hacíamos el amor. Era una buena época… Al otro día, por la mañana ella se levantaba antes que yo y me preparaba el desayuno. Jugo de naranjas y mandarinas exprimidas, con tostadas con mermelada. Más tarde me duchaba, me afeitaba, me lavaba los dientes, salía del baño y la besaba. Un beso tierno para el camino. Entonces me iba al trabajo.
Sin embargo, cuando regresaba a su casa su ánimo y espíritu cambiaban por completo. Era como si se tratase de otra persona. Una persona que jamás terminé de conocer. Y todo aquel amor encerrado entre nuestras cuatro paredes desaparecía por completo, generando un sinsentido de dudas y conflictos descabe­lla­dos. A tal punto que a veces suponía que era una especie de broma, pero no. No. No. No.

A pesar de eso, intentando ignorar el dolor que me causaba, conseguía persuadirla para que volviese y a la noche siguiente volvíamos a cocinar, a bailar, a beber y a reír, como si nada hubiese ocurrido.
Hasta que sobrevivir a su abandono empezó a volverse más trabajoso. Sus dudas e inseguridades se tornaron insostenibles y yo dejé de ser tan bueno para convencerla de que regresase la noche siguiente. Y comencé a perder la cabeza. Y ella empezó a perder in­te­rés en mí, como si fuese un chicle demasiado mas­ticado; dejándome y rompiéndome un poco cada día.
Hasta que acabó.

Durante algún tiempo, una vez distanciados, viví obsesionado con la idea de recuperarla; creyendo que todo era culpa mía. ¡Tantas mentiras! ¡Tanto dolor innecesario! Luego la culpé a ella. ¿Qué pasó entonces con todo aquel amor? ¿Fue real? No sé.
Y el tiempo hizo lo suyo y nosotros lo nuestro. Seguro. Lo gracioso es que a veces tengo ganas de llamarla para preguntarle cómo está: ¿Qué fue de aquel gato gordo y feo, de bigotes obscenos? ¿Qué fue de sus otros 7 gatos? ¿Qué fue de aquel tipo alto y delgado que andaba siempre fumado? Pero la verdad es que ya no tiene ningún sentido. O al menos eso es lo que me digo.

No hay comentarios: